miércoles, septiembre 26, 2012

Galerías

Posted by Anónimo on miércoles, septiembre 26, 2012 | No comments

Iria pegó la cara al cristal. Acababa de dejar a Maica en su casa tras quedar con las chicas,  y cayó en la cuenta que desde que tenía recuerdos todos los años por estas fechas repetía el mismo ritual.

Pensaba que acercando la mejilla al cristal, podría participar del diálogo entre las gotas de agua y las galerías acristaladas que jalonaban la pequeña ciudad, y que podía impregnarse más del olor de la lluvia que la había acompañado durante los 17 otoños de su vida. Pasaba horas y horas absorta contando las gotas ó mirando tras el cristal a la gente que bajo los paraguas paseaba por la plaza, donde el quiosco, callado desde hacía tiempo, se vestía de improvisado refugio de aquellos que a pesar de la lluvia, se resistían a dejar escapar el verano.

Como casi todos los años el otoño había llegado puntual a su cita y la lluvia -más deseada este año que en los anteriores- había empezado a caer. El gris que traía hacía parecer al cielo la continuación de las fachadas.

Las cuadrículas blancas que formaban las galerías cobraban vida tras pasar casi olvidadas la primavera y el verano. Pequeñas lámparas comenzaban a encenderse y libros y chocolateras se convertían en acompañantes de las  recogidas tardes que de aquí a seis meses iban a caracterizar la vida de la ciudad.

Iria seguía absorta tras la ventana. Ese Agosto había sido inmejorable, el primero que había pasado sola con las chicas. Y había aparecido él. La semana que estuvieron juntos había sido sin duda la mejor de su corta vida. Y él parecía sentir lo mismo.

 Desde que dejaron la playa con lágrimas en los ojos prometiéndose correos diarios, él  había cumplido sus promesas. Pero no era lo mismo. Y ella sentía que estaba pero sin estar. Le faltaba algo, le echaba de menos. Aunque su último correo decía que podrían verse en las fiestas de Septiembre,  Iria  tenía el presentimiento de que al final no iba a poder ser.

Su madre se acerco y comenzó a acariciarle el pelo, como había hecho siempre. ¿Como estás, cariño?- preguntó-.

Bien mamá- contestó Iria con una amplia sonrisa-. Siguiendo los consejos de Maica, no había dicho nada de ese chico que conoció, pero en ese momento pagaría por contarle a su madre el porqué de su melancolía.

Hija, si Santiago no está tan lejos –dijo su madre- Además piensa en la cantidad de gente que vas a conocer.

Ya-dijo Íria.

Por un lado estaba contenta, pero por otro la tristeza le invadía. Su vida, que había transcurrido en la pequeña ciudad rodeada de su familia y de las amigas del colegio, iba a dar un cambio radical a partir de mañana. Iba a estar sola -bueno con Maica- pero solas al fin y al cabo, y en una ciudad completamente desconocida.

Se volvió, abrazó a su madre, y rompió a llorar.

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