jueves, diciembre 25, 2014

Nieves otoñales


Os dejo a continuación alguna foto de como estaba el Almanzor y el Valle del Tietar a principios de Diciembre.


 Los últimos días del otoño trajeron las primeras nieves al Almanzor, mientras las últimas hojas todavía no habían abandonado los árboles. Esta era la vista por la mañana....






 Por la tarde tuvimos la ocasión de ver ocasos como este.

martes, diciembre 16, 2014

Cuentecito de Otoño


Reían las hojas verdes
viendo a los niños jugar
abrazadas a los árboles
no les podían tocar.
Pidieron ayuda al viento,
igual les podía empujar,
y el viento viendo su pena
al parque las fue a dejar.
Dejaron las ropas verdes
un color primaveral
Y se vistieron de amarillo
No se fueran a ensuciar.

viernes, diciembre 05, 2014

El final del verano





…Lucas, como todos los días desde Abril, cerró la verja de la piscina.
Tras ella, las hojas de los árboles cubrían el césped que, hasta hace unos días, se poblaba de hamacas y toallas. Aquel parecía uno de esos días de tormenta de verano, en que los habituales, salían corriendo en cuanto veían el cielo gris y se levantaba el viento, quedando todo vacío y mudo.
También hasta hace unos días, el jolgorio era tal, que era difícil hacerse oír entre la multitud de niños que apuraban los últimos días de piscina antes del empezar el colegio. Le gustaba ese jolgorio.
Desde que Nico le había convencido para irse los dos a trabajar en verano, habían transcurrido seis meses.
Durante ese tiempo, había acabado conociendo a todos los chavales de la piscina  por su nombre y sus juegos favoritos. Desde los más inquietos hasta los más tranquilos y a los que, como eran bebés, todavía no se sabía si serían lo uno o lo otro.
Cuando comentó la idea en casa, su padre la acogió con alegría y le animó a irse. Pero su madre no acababa de verlo claro. Al fin y al cabo era la primera vez que iba a salir de casa el solo por tanto tiempo.
Acostumbrado al calor de su familia, a Lucas, le había costado al principio. Aunque lo compartía con Nico, se le hacía duro vivir en el pequeño apartamento que les habían habilitado para dormir. Sólo estaban a dos horas de avión de casa, y aunque todos los días hablaba con su madre, no era lo mismo.
Pasadas las primeras semanas, la cosa mejoró algo. Empezaba a comprender el idioma. Y conocieron a Rachel. Los ratos que les dejaba libres la piscina los pasaban, Nico Rachel y él mismo, recorriendo las playas y ciudades de los alrededores. Nico se las había ingeniado para que les dejasen un pequeño utilitario a condición que pagasen la gasolina y no lo rompieran.
Hoy era su último día. Mientras Nico se despedía de Rachel y se buscaba la vida para que los llevasen al aeropuerto, él había cerrado e iba a entregar las llaves.
Tenía sentimientos encontrados. Por un lado estaba contento porque volvían a casa, pero por otro una gran melancolía le invadía por lo que dejaba atrás. Había comenzado cuando Rachel prefirió a Nico, pero ahora, no solo era por eso. Empezaba a echar de menos cada día de los últimos seis meses.
Sonó el móvil. Al otro lado oía a su madre dándole las últimas instrucciones para quedar en el aeropuerto de Madrid. Estaba muy contenta. De fondo se podía oír también a su padre y a sus hermanos. Lucas sonrió. También los había echado de menos.
Sintió un nudo en la garganta. Mientras intentaba que no se le entrecortara la voz, repitió  a mamá exactamente lo que ella le había dicho hace un instante, era la única forma que se quedase tranquila.

Cargó la pequeña mochila a la espalda y se fue a buscar a Nico. Volvían a casa.

miércoles, octubre 29, 2014

La Espera



Julián se sentó en el viejo banco. Como siempre. Le gustaba el Cantón. En otoño y primavera, si el tiempo lo permitía, se poblaba de gritos infantiles y alguna dulce reprimenda. Y, aunque hacía años que la banda del cuartel no ponía notas de color los domingos y fiestas de guardar desde el kiosco, aquel lugar le seguía fascinando.

Se vio a si mismo hace años, en ese mismo banco. Entonces había estirado su uniforme, y palpado sus bolsillos  para ver que todo estaba en su sitio. Ese día estaba nervioso y miraba sin cesar su reloj de pulsera.

Los graznidos de las gaviotas le recordaban la cercanía del mar. Y el olor de la fritura de las tabernas, disperso en pequeños soplos de aire, la del puerto. Amaba ese mar. Y había aprendido a amar La Ciudad Naval.

La ciudad que en el lluvioso invierno de casi seis meses, se recogía en cálidas galerías y acogedores cafés a contemplar la lluvia con un chocolate, impregnándose, como todo, de su gris melancolía. Pero al tiempo, esa ciudad alegre en las estaciones más cálidas, que vivía como el último cada uno de los días del estío.

El puerto, con el trasiego constante de barcos, servía de cordón umbilical con lejanas historias de lejanos países, que a lo largo del año alteraban la lánguida calma de la ciudad.

Las primeras hojas desprendidas de alguno de los árboles, anunciaban el recién estrenado otoño y alfombraban la centenaria Alameda que discurría desde el Arsenal hacía el centro de la Villa. Serían las cinco y media. A esa hora María solía salir de trabajar de la vieja tienda de ultramarinos de la familia.
Julián buscó con la mirada el fondo de la Alameda, y allí estaba. Bajo una pequeña sombrilla y con un alegre vestido estampado de flores, María acudía puntual a su cita. Estaba preciosa.

Desde qué salió de la Academia y recibió su primer destino en el cuartel de Dolores, habían transcurrido casi tres años. Y recordaba como ayer el día del baile de bienvenida a los nuevos oficiales y suboficiales en el viejo cuartel.

El coronel se había dirigido a ellos diciéndoles:

-Caballeros, cuiden de que a las señoritas no les falté de nada. Y háganles la velada lo más agradable posible. En breve empezará el cocktail y el baile y las damas no deben estar solas en ningún momento.
- A sus órdenes

Así conoció a María, y desde aquel mismo momento se enamoró de ella. Llevaba un vestido turquesa y le pareció la mujer más bonita del mundo. Desde entonces no se habían separado.

La vida en el cuartel no ofrecía muchas comodidades y le tenía ocupado gran parte del día. Pero en cuanto salía de permiso todo su tiempo era para ella.

Pronto les darían sus nuevos destinos, y Julián ya no concebía la vida, fuera donde fuera, sin María. Así que aquel día se armó de valor.

- Que bien te sienta el uniforme- dijo María con algo de guasa.
- Gracias. Estás preciosa- contesto Julián con un punto timidez mientras la contemplaba en silencio. Era cierto. Era preciosa.

Julián metió torpemente la mano en el bolsillo, y sacó una cajita color rojo. Sin abrirla siquiera, se la tendió a María. Había ensayado lo que diría cien veces con sus compañeros -con las correspondientes chanzas- pero en ese momento lo único que le salió, fue frotarse repetidamente la nuca nervioso.

María, con una radiante sonrisa en sus labios, se colgó de su cuello y le dijo: - Sí quiero.
Fue el día más feliz de su vida.

Una lejana voz de niña le sacó de su ensimismamiento :

- Abuelo, abuelo!!-

 Lola, la pequeña de sus nietos, corría a abrazarle desde lejos. Y algo más atrás, con un precioso vestido estampado de flores venía Lucía, su madre.

- Abuelo....¿estás "tudiste"?. ¿"Poqué llodas"?- chapurreó la pequeña-

- No cariño, sólo se me metió algo en los ojos, pero ya está- contestó Julián mientras se secaba las lagrimas

Lucía llegó a continuación, le abrazo,  le besó en la mejilla y le dijo:

- La echas de menos ¿verdad?

- No sabes cuanto.

Se quedó mirándola unos instantes y le dijo:

-Y tu eres igual que ella.