miércoles, octubre 29, 2014

La Espera

Posted by Anónimo on miércoles, octubre 29, 2014 | No comments


Julián se sentó en el viejo banco. Como siempre. Le gustaba el Cantón. En otoño y primavera, si el tiempo lo permitía, se poblaba de gritos infantiles y alguna dulce reprimenda. Y, aunque hacía años que la banda del cuartel no ponía notas de color los domingos y fiestas de guardar desde el kiosco, aquel lugar le seguía fascinando.

Se vio a si mismo hace años, en ese mismo banco. Entonces había estirado su uniforme, y palpado sus bolsillos  para ver que todo estaba en su sitio. Ese día estaba nervioso y miraba sin cesar su reloj de pulsera.

Los graznidos de las gaviotas le recordaban la cercanía del mar. Y el olor de la fritura de las tabernas, disperso en pequeños soplos de aire, la del puerto. Amaba ese mar. Y había aprendido a amar La Ciudad Naval.

La ciudad que en el lluvioso invierno de casi seis meses, se recogía en cálidas galerías y acogedores cafés a contemplar la lluvia con un chocolate, impregnándose, como todo, de su gris melancolía. Pero al tiempo, esa ciudad alegre en las estaciones más cálidas, que vivía como el último cada uno de los días del estío.

El puerto, con el trasiego constante de barcos, servía de cordón umbilical con lejanas historias de lejanos países, que a lo largo del año alteraban la lánguida calma de la ciudad.

Las primeras hojas desprendidas de alguno de los árboles, anunciaban el recién estrenado otoño y alfombraban la centenaria Alameda que discurría desde el Arsenal hacía el centro de la Villa. Serían las cinco y media. A esa hora María solía salir de trabajar de la vieja tienda de ultramarinos de la familia.
Julián buscó con la mirada el fondo de la Alameda, y allí estaba. Bajo una pequeña sombrilla y con un alegre vestido estampado de flores, María acudía puntual a su cita. Estaba preciosa.

Desde qué salió de la Academia y recibió su primer destino en el cuartel de Dolores, habían transcurrido casi tres años. Y recordaba como ayer el día del baile de bienvenida a los nuevos oficiales y suboficiales en el viejo cuartel.

El coronel se había dirigido a ellos diciéndoles:

-Caballeros, cuiden de que a las señoritas no les falté de nada. Y háganles la velada lo más agradable posible. En breve empezará el cocktail y el baile y las damas no deben estar solas en ningún momento.
- A sus órdenes

Así conoció a María, y desde aquel mismo momento se enamoró de ella. Llevaba un vestido turquesa y le pareció la mujer más bonita del mundo. Desde entonces no se habían separado.

La vida en el cuartel no ofrecía muchas comodidades y le tenía ocupado gran parte del día. Pero en cuanto salía de permiso todo su tiempo era para ella.

Pronto les darían sus nuevos destinos, y Julián ya no concebía la vida, fuera donde fuera, sin María. Así que aquel día se armó de valor.

- Que bien te sienta el uniforme- dijo María con algo de guasa.
- Gracias. Estás preciosa- contesto Julián con un punto timidez mientras la contemplaba en silencio. Era cierto. Era preciosa.

Julián metió torpemente la mano en el bolsillo, y sacó una cajita color rojo. Sin abrirla siquiera, se la tendió a María. Había ensayado lo que diría cien veces con sus compañeros -con las correspondientes chanzas- pero en ese momento lo único que le salió, fue frotarse repetidamente la nuca nervioso.

María, con una radiante sonrisa en sus labios, se colgó de su cuello y le dijo: - Sí quiero.
Fue el día más feliz de su vida.

Una lejana voz de niña le sacó de su ensimismamiento :

- Abuelo, abuelo!!-

 Lola, la pequeña de sus nietos, corría a abrazarle desde lejos. Y algo más atrás, con un precioso vestido estampado de flores venía Lucía, su madre.

- Abuelo....¿estás "tudiste"?. ¿"Poqué llodas"?- chapurreó la pequeña-

- No cariño, sólo se me metió algo en los ojos, pero ya está- contestó Julián mientras se secaba las lagrimas

Lucía llegó a continuación, le abrazo,  le besó en la mejilla y le dijo:

- La echas de menos ¿verdad?

- No sabes cuanto.

Se quedó mirándola unos instantes y le dijo:

-Y tu eres igual que ella.




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